Consuelo aprieta los puños y mira hacia abajo, a la pinaza de Augusta, a esa misma que tan esquiva fue en otras ocasiones. Implora. Desea. Sueña. Cree. Ella sabe que es el momento. Y las madres no se equivocan. “Vamos, Sergio, este eagle tiene que ir para dentro”. Es el hoyo 15. Su hijo, Sergio García, acaba de pegar un golpe sensacional y se ha dejado una oportunidad de oro.
Justin Rose, inmenso el inglés durante todo el día, ha hecho el birdie. Gritos de “vamos” resuenan entre las ramas de los árboles del Augusta National. Explosión. El Masters ruge. Sergio consigue el eagle y empata una batalla preciosa, de las más bonitas que se recuerdan en Augusta. Algún periodista veterano lo confiesa aún con un nudo en la garganta: “es el mejor domingo que he vivido en el Masters”. Y han sido más de veinticinco.
La batalla por el Masters se convirtió en un fabuloso match play entre dos amigos, compañeros de generación, niños prodigio del golf predestinados a hacer cosas fabulosas y a los que les costó arrancar. Rose ya tiene un US Open y un oro Olímpico. Sergio ya es campeón del Masters. Cada uno a su tiempo, cada uno a su manera, pero ambos han recibido la recompensa ansiada y merecida.
Sergio comenzó el domingo del Masters con un golf de manual. Precisión de relojero. Cabeza alta, un tirazo tras otro y mucha hambre. Quería la Chaqueta Verde y se lanzó a por ella como un poseso. Birdies en el 1 y en el 3 y otro que se escapó por un pelo en el 2. Mensaje claro. “Quiero ganar esto”.
Rose aguantó el envite y sacó su raza de campeón. Fue una batalla de golf antológica. Poco a poco fue remando, restando, quitando por aquí y por allá, recortando golpes. Hizo tres birdies seguidos en el 6, 7 y 8 y volvió a empatar el duelo. Todo se iba a decidir en los últimos nueve de Augusta y no empezaron bien las cosas para Sergio.
Venía de fallar dos putts factibles de birdie en los hoyos 8 y 9, sobre todo el primero, y dio la sensación de quedar algo aturdido, como un boxeador al que acaban de alcanzar con un gancho de derecha. Su swing empezó a dar alguna señal de alarma. No empaló la salida del 10 y falló el segundo golpe. Se libró de un problema mayor al evitar el arbusto, pero salió con bogey. Más problemas en el 11, ahora de salida. Otro bogey. Y mientras, Rose, a lo suyo, una maza. Un tirazo tras otro. Un espectáculo fabuloso de golf.
El inglés se colocó dos arriba justo en el corazón del Amen Corner. Una ventaja cómoda, pero el Masters es mucho Masters, y Sergio que había hecho ojitos durante toda la semana con Augusta no estaba dispuesto a dejar que la chica se fuera con otro. Salvaron los dos el 12 con par y llegó el momento clave del 13, otra vez el 13, para digan de la mala suerte… Si ayer su bola evitó el agua al quedarse enganchado por una brizna de hierba, hoy fue Sergio quien hizo una diablura maravillosa para salvar el par después de haber penalizado con el golpe de salida. El par valía oro y mucho más cuando Rose echaba un cable fallando un putt corto para birdie.
En ese preciso momento superó Sergio la pájara y se puso a jugar de nuevo al golf como los genios, como lo que siempre ha sido, como lo que siempre se ha esperado, como lo que siempre él mismo ha sabido que tenía. García se lanzó a tumba abierta por el Masters. Comenzó la exhibición.
Salida espectacular y tirazo en el 14 para birdie, eagle de fábula en el 15, golpe estratosférico en el 16 y putt de birdie que se escapa en el último instante. Vaya green demoníaco este 16.
Rose se pone uno arriba, pero la pelea no ha acabado. Sergio juega un 17 de manual, mientras Rose no puede hacer la recuperación desde el búnker y acaba con bogey. Empatados a falta de un hoyo. El no va más.
Consuelo sube la cuesta y pide árnica, un segundo de resuello. El corazón se le sale por la boca. Demasiadas emociones. Nadie mejor que ella sabe lo que está pasando por la cabeza de Sergio. El 18 es otro hoyazo del golfista de Borriol. Drive gigantesco y golpazo a green. “Inhumano el hoyo 18 que ha jugado”, asegura emocionado Rafa Cabrera Bello poco antes de ver cómo le enfundan la Chaqueta Verde a su amigo.
Sergio debió ganar en el hoyo 72, pero su putt, corto para birdie pero muy, muy traicionero, decidió que no caía más a la izquierda y se escapaba. Alguno se acordó de Carnoustie. Sergio, desde luego, no lo hizo. Pensó sólo en el desempate. Acaban igualados a -9 tras firmar sendas valiosas vueltas de 69 golpes para ser el Masters y el partido estelar del domingo. Un hoyo más. Vamos a por él.
Rose falló la salida en el playoff en el 18 y abrió una puerta. Sergio agarró la llave, cogió una barra de hierro, la cruzó en los picaportes y clavó puntillas por todo el marco. Esto ya no se abre. Ganó a lo campeón. A lo grande. Con un birdie en el desempate. Pegando otro tirazo y metiendo, ahora sí, el putt de la victoria. Lo celebró, lo gritó, se agachó y acarició la hierba de Augusta. Con tacto, con mimo. Con mucha dulzura. Ha nacido un nuevo amor y es para siempre. Consulta aquí los resultados.
Sergio ganó como un genio, como El Niño que arrasó en sus inicios y enamoró a todos. Esa Chaqueta Verde es tuya, Sergio. Y de nadie más. Bueno sí, alguna manga también pertenece a Consuelo y Víctor, sólo faltaba, sus padres, que vivieron la gesta de su hijo bajo un mar de lágrimas. “¡¡Síííííííííí, en Augusta!!”, gritaba Víctor corriendo para abrazar a su hijo. Pues sí, señores. En Augusta y en el sesenta cumpleaños de Severiano Ballesteros. No hay mejor manera de ganar un Masters. Ha costado, pero qué bien sabe.